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Rubén Blades – Maestra Vida (1980)

Era un día sábado, Papá y yo entrábamos a una discotienda del centro de Valencia, eso fue por allá por 1980. Como ya era habitual y es algo que ya lo he dicho en textos anteriores, lo primero que hacía era irme directamente a la sección de salsa a ver qué conseguía. Me puse a revisar y habían discos de Ray Barretto, Johnny Pacheco, Dimensión Latina y un par de discos de Rubén Blades que se llamaban Maestra Vida (Primera y segunda parte). Inmediatamente los tomé y pensé que si Metiendo mano y Siembra me habían gustado mucho, estos dos discos titulados Maestra Vida no serían la excepción. Mostré los discos a Papá y me dijo \»Llévalos, te los regalo\», luego de meditarlo unos cuantos segundos. Total, entre Papá y yo siempre existió eso de regalarnos discos.

Al llegar a casa me fui corriendo al viejo equipo de sonido \»3 en 1\» a disfrutar de mis discos nuevos. Nada como quitarle el celofán al disco y disfrutar del olor a nuevo y descubrir si el disco traía un folleto adicional con las letras. Al abrir los discos, la caratula tipo álbum se desplegaba y tenía en su parte interior las letras, los protagonistas y los créditos de todos los que participaron en el disco, eso ya lo hacía diferente. Y, bueno, eran discos de Blades, y como lo dije anteriormente, teniendo como referencia sus trabajos anteriores, estos deberían ser \»un palo\», como decimos nosotros. La música se encargaría de decir el resto.

Apenas empezaba a sonar el disco la experiencia comenzaba a diferenciarse con respecto a los discos anteriores de Blades. Orquesta completa, cuerdas, momentos sonoros, un narrador y los personajes de Quique Quiñones, Rafael Da Silva y Carlitos \»Lito\» Quiñones. Luego, una historia que se me asemejaba a muchas que pueden suceder en cualquier población de nuestra latinoamérica. De entrada el ambiente era el barrio, un barrio latino, con todo lo que ello implica, sus alegrías y dolores, sus penas y amores, con todas las historias que la cotidianidad escribe a su paso. Y estos discos eran una suerte de película donde el sonido y la música se encargaban de formar las imágenes en mi cerebro, como si nuestra mente fuese una gran pantalla de cine donde Blades escribía una crónica sobre algunas situaciones de la vida y la inevitable llegada de la muerte. Sí, eran discos muy diferentes a lo que ya el panameño nos tenía acostumbrados, pero siempre dentro de los niveles de calidad musical, conceptual y de contenido que han caracterizado sus producciones. Así me aprendí cada una de las canciones y la historia de Manuela y Carmelo, de su juventud, de la llegada del amor y su soledad en la vejez, todo lo que nos enseña esta gran maestra como lo es la vida.

Muchas veces soñé con ver a Rubén Blades junto a una gran orquesta sinfónica haciendo la obra completa, en el mismo espíritu del disco. Fueron 32 años de esperar un encuentro entre Blades y una orquesta capaz de asumir el reto. Y sucedió en Venezuela, un 22 de julio de 2012 en la Base Aérea La Carlota en Caracas, siendo un lujo que la Orquesta Sinfónica Simón Bolívar y la Orquesta Latinocaribeña Simón Bolívar hayan sido las encargadas de la música de Blades, y todos bajo la dirección del maestro Gustavo Dudamel. Increíble, ¿verdad? Recuerdo que apenas supe del evento llamé a mi amigo Rafael “Papino” Rivero – melómano salsero y uno de los hermanos que he encontrado a través de la radio – y le comenté, inmediatamente nos anotamos en el combo que íbamos desde Valencia a presenciar el concierto.

Sí, el concierto fue fabuloso, grande, poderoso, muy emotivo, con una gran demostración del gran nivel y profesionalismo de los músicos venezolanos pertenecientes a la Orquesta Sinfónica Simón Bolívar y a la Orquesta Latinocaribeña Simón Bolívar. Luego de 32 años regresé al momento en que abrí los discos en 1980, cuando me enfrenté por vez primera a una obra que considero fundamental para cualquiera que ostente la ciudadanía del Caribe. No hay dudas, Maestra Vida sigue siendo un vehículo para reflexionar ante la vida y sus vaivenes, un vivo retrato de las cosas que pueden suceder en nuestro vecindario, en nuestra casa, en este gran barrio que llamamos El Caribe, en cualquier casa o esquina de latinoamérica.

Valió la pena esperar 32 años para disfrutar del arte hecho letra, música y contenidos, con la magnitud que requiere una obra fundamental y que aun sigue vigente. Ha sido uno de los conciertos más emotivos que he tenido la oportunidad de presenciar, más cuando se trataba de una obra creada por uno de los artistas que más admiro.

Gracias, Rubén. Gracias a la música que me sigue alimentando. Y gracias infinitas a Papá por haberme regalado esos discos.

Mientras tanto sigo aquí, sentado sobre una corchea.

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